LA MALA OCLUSIÓN

por | 27 mayo, 2023

LOS DIENTES DEL BEBÉ

El chupete y el pulgar

Junio 2023

El ciclo vital de los órganos dentarios comprende una serie de cambios químicos, morfológicos y funcionales que comienzan en la sexta semana de vida intrauterina (cuarenta y cinco días aproximadamente) y que continúan a lo largo de toda la vida. La primera manifestación consiste en la aparición de brotes durante la octava semana de gestación que corresponden a los dientes primarios, vulgarmente conocidos como de “leche” y, a partir del quinto mes, los brotes correspondientes a la dentición definitiva o permanente.

Por lo tanto, todas las piezas dentales primarias y permanentes, salvo el segundo y tercer molar definitivo, comienzan su formación durante la vida intrauterina.

La erupción dentaria comprende una serie de fenómenos mediante los cuales el diente en formación dentro del hueso maxilar migra hasta ponerse en contacto con el medio bucal, ocupando su lugar en la arcada dentaria.

El bebé nace generalmente con un maxilar inferior algo más retraído que el superior. La succión enérgica durante los primeros meses de vida corrige esa posición, llevando al primero a su ubicación normal.

No es infrecuente que un bebé pueda nacer con un diente. La decisión de mantenerlo o extraerlo por intermedio de un profesional se relaciona con la posibilidad de que el mismo pueda ser aspirado o lesione al pecho materno durante la succión.

A partir de los 6 meses comienza la erupción de los dientes “de leche”, siendo generalmente los centrales inferiores (incisivos) los primeros en aparecer, a partir de los cuales van erupcionando en forma progresiva los ocho dientes restantes de cada maxilar.

La aparición de los dientes determina que el patrón de succión cambie hacia la trituración de los alimentos.

La dentición primaria completa está formada por 20 piezas dentarias, completándose entre los dos y tres años y medio aproximadamente, siendo este momento el oportuno para una primera visita al odontólogo pediatra.

A partir de los seis años suele aparecer el primer diente definitivo, correspondiente al primer molar, generalmente detrás de uno “de leche” sin que éste aún haya caído. Debido a ello este fenómeno puede encontrarse oculto y sorprender a los padres cuando logran identificarlo. Este desconocimiento y las dificultades de una higiene bucal correcta hacen de este molar la pieza más afectada por caries.

Los dientes definitivos centrales inferiores (incisivos) le siguen en el orden cronológico, apareciendo generalmente por detrás de los provisorios sin que estos al principio caigan. Cuando esto último no sucede en forma rápida estos últimos pueden impedir que los definitivos se encuentren en la posición correcta. Generalmente la extracción de los mismos soluciona el problema.

Los incisivos centrales superiores erupcionan alrededor de los siete años, luego lo hacen los incisivos laterales superiores e inferiores a los ocho años. Los caninos inferiores alrededor de los nueve años; los premolares primero y segundo inferiores y superiores entre los diez y once años. Finalmente, los caninos superiores y los segundos molares definitivos aparecen alrededor de los doce años.

Entre los 7 y 14 años, debido a las modificaciones experimentadas en la arquitectura dentaria, suelen verse dientes con espacios entre ellos hasta la aparición de los caninos que cerrarán finalmente estos espacios.

Hasta el total recambio convivirán piezas dentarias primarias, (de leche) con las permanentes o definitivas, convirtiéndose en una dentición mixta.

La dentición permanente estará finalmente compuesta por 32 piezas incluidos los terceros molares o muelas de juicio que erupcionan alrededor de los 18 años. Con el desarrollo de este proceso la línea media superior deberá coincidir con la inferior, el arco superior deberá contener al inferior y todas las piezas dentarias deberán articular con dos del antagonista, todas características presentes para considerar al niño con una oclusión aceptable.

Hay hábitos bucales que pueden favorecer o interferir en el crecimiento normal de los maxilares y de los dientes modificando también la oclusión normal. Entre ellos se encuentran la acción de los labios durante la succión del pecho materno o el inicio de la masticación y entre los perniciosos las presiones anormales que pueden interferir con el desarrollo de la arquitectura bucal. Uno de ellos es la succión tanto del pulgar como del chupete.

Los niños alimentados con mamadera muestran frecuentemente hábitos de succión, especialmente si la mamadera ha sido usada como un medio para tranquilizarlos e inducirlos al sueño.

 Los niños alimentados con el pecho materno tienen menos alteraciones de la oclusión que los alimentados con mamadera. Esto puede deberse al estímulo fisiológico del pecho que necesita una acción muscular más vigorosa para la succión.

 Una vez que termina el amamantamiento, el niño aprende a chupetearse el pulgar, u otro dedo, al ir a dormir o incluso durante todo el día. La persistencia de este hábito más allá de la etapa oral no solo mantiene al niño en etapas madurativas pasadas, sino que provoca desde mordidas abiertas anteriores, deglución atípica hasta mala articulación de los fonemas en etapas posteriores.

La mordida abierta constituye el trastorno más frecuente. El tratamiento de estos problemas pasa generalmente por la consulta al odontólogo, y la participación fonoaudiológica y psicológica.

Los hábitos con el chupete suelen ocasionar alteraciones similares a los observados con el dedo, especialmente en niños que los usan después de los dos años. Es importante destacar aquí que se producen chupetes que, al decir de sus fabricantes, semejan mucho el pezón materno y no son tan nocivos a la dentición como el pulgar o un chupete ordinario; sin embargo, las investigaciones no demuestran estas afirmaciones.

La realidad indica que es más fácil poner fin a los hábitos del chupete que a los del pulgar porque bajo el control de los padres o cuidadores es posible suspender de una manera gradual o definitiva el uso del primero. En cambio, este cuidado es casi imposible con el uso del dedo. En pocos casos, el niño comienza a chuparse el dedo después de dejar el chupete, lo que hará necesario atender el nuevo hábito.

Generalmente se aconseja encontrar un objeto de transferencia menos nocivo para acompañar al niño en los momentos que se sienta necesitado. En el caso del chupete suele tener buen efecto la entrega o regalo del mismo a algún personaje o dibujo infantil.

La cantidad de chupetes que utiliza el niño en forma casi simultánea dificulta lógicamente llegar al éxito con esta última estrategia.

La salud dental será importante en todas las etapas de la vida. Es importante empezar a cuidarla desde sus inicios.

Fuente: Doño R. “Prevención de la Maloclusión”. Programa Nacional de Actualización Pediátrica. Sociedad Argentina de Pediatría. 2000.

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